Momentos indelebles – New Delhi – Dahab

UN NECESARIO FLASHBACK

DAHAB – febrero 2014.

Al caer la tarde del primer día, estaba sentado en la playa, bajo un rojizo atardecer que adornaba el horizonte, estábamos en una frontera marítima que distaba a 19 kilómetros de Arabia Saudita. Sentado en la playa observaba con gracia a mis amigos asiáticos fotografiar con mucho asombro aquel magenta ocaso que antecedía la noche. La brisa era fresca y la arena se sentía fría, en el ambiente acaecía un tenue olor a sal que nos regalaba el viento que acariciaba a la bahía.

El momento era sublime, me sentía conmovido, estaba rodeado de amigos, pero aquel instante fue realmente íntimo, sentía como si el universo me abrazara, era como si la remembranza se volviera presente, como si el tiempo me hiciera infinito. No había nada más en mi cabeza que ese momento, éramos el universo y yo. Es difícil poner en palabras lo que viví aquella tarde a orillas del azulado mar rojo; esa tarde fue un regalo. Desde entonces, en cada viaje busco sentir lo mismo, en su defecto algo perecido, esa tarde me convirtió en un buscador de momentos indelebles que me reconecten con mi esencia.

INSPIRADORA LIBERTAD

NEW DELHI – marzo 2018.

En compañía de mi amigo Ashish subí a la tercera planta de aquel desgastado edificio, al atravesar la puerta lo primero que vi fue un mural con mantras y cientos de autógrafos de visitantes idos. Entramos y nos acercamos al escritorio que servía de recepción, ubicada a la entrada en un estridente hall en el que convivían propios y extraños en lo que era un ambiente atiborrado de autenticidad y folclor.

El registro debía hacerse en un anticuado libro que contenía tablas de interminables filas y estrechas columnas. Ahí estaba Helen, haciendo el registro justo antes de mí. Me formé detrás de ella, no podía dejar de mirarla, sus ojos rasgados, su tez trigueña, su cabello lacio y la paz que transmitía se apoderaron al unísono de mi atención.

Completó su registro, se levantó y se marchó. El renglón arriba de mi registro ponía: NOMBRE = Helen Cheng / EDAD = 21 / NACIONALIDAD = USA / ESTANCIA EN DELHI = Infinito.

Ese infinito, me dio para pensar que era una caminante, mí mente producía toda clase de historias sobre cómo estaba simplemente andando por el mundo. El hall de los mantras se convirtió en mi lugar favorito, quería habitar ese espacio tanto como fuese posible a la espera de coincidir con la chica infinito. Me la topé la mañana siguiente, deslizándose descalza por el hall de la alegría, con un té en su mano izquierda y una cucharita en la derecha. Se veía tan libre, se vía tan real, que con su presencia es como si en aquel salón no estuviera nadie más.

Estaba sentado en un amplio sillón rojo al extremo izquierdo del salón, Chewi estaba a mi lado, indiferente a mis caricias. Helen se sentó en el otro extremo, justo al lado de Chewi, ella le sonreía, él dormía, yo sonreía.

¿Cómo lo hacía? ¿cómo lograba transmitir solo con su presencia? ¿qué la hacía tan especial?

Tal vez era el despojo. Era evidente su desapego a lo material, eran ella y la existencia, no había nada más. No había un plan, era una estancia “infinita”, llena de tés por la mañana y lánguida convivencia con indiferentes perros y taciturnos desconocidos. Quizá era una más de esas confundidas almas que viajan a la India en busca de una gran y filosófica verdad, no lo sé, pero su energía era descomunal.

Personas como Helen tienen mucho por enseñar, no en una catedra o en una clase magistral. Su existencia es en sí es una lección digna de imitar, no porque se dedique tan deliberadamente a viajar, sino porque evidentemente lo hace en medio de una inspiradora libertad.

Quizá si disfrutamos un poco más del camino, vamos a amar un poco más el final.

JUAN CARLOS PALACIOS MOLINA.

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